Quién no recuerda aquellos años mozos, cuando éramos alumnos de secundaria, en el florecer de nuestras vidas. Quien no recuerda esas palomilladas que quizá muchos de nosotros, por no decir todos, hemos hecho. Quien no recuerda a los compañeros, amistades, juegos, el kiosco, la canchita de fútbol, el timbre de recreo o salida… y a los profesores. Sí, cómo olvidarnos de ellos. Por un lado estaban esos maestros que nos aburrían; y por otro, aquellos que nos deslumbraban con sus clases.. Los primeros mencionados eran como una píldora contra el insomnio que nos adormilaba hasta la inconsciencia. Mientras que los segundos eran como una cargada cafeína que nos mantenía muy atentos. Cómo no recordar el quinto y último año de media, esas materias que se impartían como Geopolítica, Economía Política, Filosofía y Lógica. Les voy a ser muy sincero, mis hermanos, pero yo me preguntaba respecto a estos cursos: ¿Y todo eso para qué demonios me va a servir? Mi profesora de Geopolítica, una gordita de cara bonachona pero histérica ella, daba risa, miedo y entretenía; era arequipeña y quería proclamar la independencia de Arequipa como estado soberano, y de pasada, bombardear Chile. Mi profesora de Economía, por otro lado, era demasiado joven y guapa como para que le prestáramos atención a lo que decía. Más estábamos ocupados en contemplarla. Y mi profesor de Filosofía y Lógica, un treintón con su anillo de calavera, supo llamar nuestra atención a los temas que exponía (en específico, los filosóficos). Nos contaba historias o anécdotas de los filósofos antes de enseñarnos sus filosofías, y luego nos mandaba a representar en forma de sketch, muchos de los temas filosóficos. Así que ya se imaginarán… yo disfrazado de René Descartes con mi peluca y barbita puntiaguda. Al chino de mi salón, lo mandaron a disfrazarse de Confucio. Y las chicas, las chicas del salón, debían también disfrazarse de los filósofos, aunque convertirlos en una versión femenina sin tener que modificar su doctrina o modo de pensar de estos. Así que teníamos a la Federica Nietszche, a la Anaximandra, a la Maquiavela. Fueron momentos divertidos que nos ayudaban a conocer la obra de estos señores de una manera casi lúdica; no sentados y clavados en la carpeta, copiando la pizarra u oyendo una aburrida disertación del pensamiento complejo de estos filósofos. Una gran alegría fue para mis compañeras cuando nuestro grupo tuvo que representar parte de la historia de Sócrates y el oráculo de Delfos. Al fin mis compañeras iban a hacer el papel de mujeres: ellas serían el oráculo, y yo un joven y todavía inmaduro Sócrates que acudía a ellas a consultarles. Aún no era el famoso Sócrates, así que ni siquiera el oráculo sabía quién era ese muchacho de rostro ambicioso que iba por un consejo. Y como a mí me encantaba escribir, yo era el encargado en mi equipo de hacer los guiones del tema que el profesor nos daba para que representemos. La información, por supuesto, no la sacábamos del internet, sino de la biblioteca municipal de Ancón. Muy linda y hermosa, por cierto. Y el momento de nuestra presentación llegó. Mi compañero narrador pintaba el escenario con su timbre de voz:
Narrador: Ahí va llegando este flaquito, Sócrates, un don nadie todavía, al pie del monte Parnaso, consagrado al dios Apolo y a las musas, a 700 metros sobre el nivel del mar.. Jadeante por la subida, sediento por la caminata, y ansioso por consultar al oráculo más famoso del mundo de entonces, cuya antigüedad se remonta a la época de los dioses.
Sócrates: Creí que esto me iba a costar menos, señor narrador. Muy bien, veo el teatro por ahí, el acrópolis por allá. He ahí el templo de Apolo.
Narrador: Y una vez que Sócrates ingresó al sagrado recinto, reparó en la inscripción del frontispicio del templo, entre dos columnas interiores.
Sócrates: Gnóthi seautón. Conócete a ti mismo.. Bah, gran cosa. ¡Qué sabio aforismo! (sarcástico). ¿Quién no se conoce a sí mismo? Hasta un perro sabe que es un perro.
Narrador: El joven arrogante avanzó y pagó lo que tenía que pagar por la consulta. El deseo del muchacho era buscar la sabiduría, pero esperaba escuchar palabras más profundas, más intrincadas, más complejas que un simple aforismo, aparentemente obvio de entender.
El oráculo: Solo puedes hacer una pregunta, pobre mortal.
Sócrates: Lo sé, no me alcanzó para pagar por más, así que espero una buena respuesta que compense el sacrificio que he hecho para llegar hasta aquí y pagar ese oro que pagué.
El oráculo: Haz tu pregunta, pobre mortal.
Sócrates: Sé que soy mortal, pero pobre no soy. ¿De dónde creéis que saqué el oro? Pues bien, esta es mi pregunta, pues ya la medité muy bien mientras viajaba hasta aquí. Tengo muchas aspiraciones y creo que esta es la mejor pregunta que puedo hacer. Espero no me decepcionéis.
El oráculo: ¿Cuál es tu pregunta, pobre mortal?
Sócrates: ¡Que no me llaméis pobre mortal! Solo respondeos esto: ¿Cuál es el conocimiento más elevado, el más grande, el más sublime, al que un hombre puede aspirar en esta vida? Quiero saber cuánto me puede llegar a costar conseguirlo y si podré hacerlo.
El oráculo: Oh, pobre mortal… si sabiduría es lo que buscas: “Gnóthi seautón. Conócete a ti mismo”.
Narrador: Durante unos segundos, Sócrates no reaccionó. Se quedó ahí, con una cara de tonto, paralizado, la boca semiabierta. Hasta que se le reventó la vesícula biliar y rompió el silencio con amargura.
Sócrates: ¿Quéeee? ¿Tanto para eso? ¿He pagado cinco monedas de oro para esa respuesta? “Conócete a ti mismo”¡Eso ya lo leí en la entradita! Allí, en el frontispicomosellame. ¡Y fue antes de pagar! No pretendo faltaros al respeto, pero exijo otra respuesta.
El oráculo: Nosce te ipsum.
Sócrates: ¿Qué es eso? ¿Latín? ¿Y qué significa?
El oráculo: Conócete a ti mismo.
Sócrates: ¡Pero qué estafa me habéis…
El oráculo: Te advierto quienquiera que fueras, oh miserable y pobre mortal, tú que deseas sondear los arcanos de la naturaleza, que si no hallas dentro de ti mismo aquello que buscas, tampoco podrás hallarlo aquí o afuera. Si tú ignoras las excelencias de tu propia casa, ¿cómo pretendes encontrar otras excelencias? Pese a tu insolencia e ignorancia, dentro de ti mismo se halla oculto el tesoro de los tesoros, oh pobre y miserable mortal. Conócete a ti mismo y conocerás a Theos y al universo del que formas parte.
Sócrates: ¿Y eso no pudisteis decirme de un principio? Pues bendita sea mi bilis que os saqué una mejor respuesta a la que esperaba encontrar. Os agradezco de corazón lo que me habéis dicho. Tened por seguro que volveré aquí cuando haya aprendido a conocerme. Ahora, ¿de dónde saco dinero para un espejo súper nítido?
Narrador: Y años después, Sócrates se convirtió en uno de los grandes maestros filósofos de todos los tiempos. Un sabio de sabios, que cumplió su promesa en regresar a Delfos, pero esta vez ya no para hacer una pregunta, sino para dar una conclusión.
Sócrates: Ahora que he aprendido a conocerme: Solo sé que nada sé.
RR:. y QQ:.HH:. Aunque parezca incongruente o contradictorio decir que al aprender a conocernos a nosotros mismos nos damos cuenta de lo ignorantes que somos, esta famosa cita puede interpretarse de mil y un maneras. Vosotros tenéis la vuestra y yo la mía. “Solo sé que nada sé” encierra para mí la voluntad de aprender cada día algo. Porque si lo sé todo, ¿para qué voy a aprender más? “Solo sé que nada sé” me indica que yo no pretendo tener la verdad absoluta de las cosas, y que lo que para mí es azul para otro puede ser rojo. Y lo maravilloso de la masonería es que reúne a miembros de distintos credos, filosofías, inteligencias, y conocimientos de tal manera que aún el más conocedor de ellos puede aprender mucho de aquel que recién está comenzando, y viceversa. Es lo que nos enriquece como hermandad.
Ahora vayamos a la primera cita, aquella que cuenta la historia que Sócrates encontró durante su primera visita al oráculo de Delfos, en el frontispicio del templo de Apolo. Conócete a ti mismo.
No, no es un simple aforismo tal y como lo había pensado la versión adolescente de Sócrates. Conocerse a sí mismo te lleva primero a autodescubrirte. Dentro de nosotros hay un tesoro escondido. Muchos tocan las puertas de la masonería esperando recibir algo de ella, cosa que no está del todo mal a mi parecer, ya que la masonería nos da la luz y unas herramientas para trabajarnos, pero… el tesoro, ese tesoro no está dentro del templo, ni en la biblioteca del Supremo Consejo, ni en el museo de Corpac. Está aquí, dentro de nosotros mismos. La masonería nos ayuda a autodescubrirnos, a autoconocernos, a perfeccionarnos. Usamos el cincel y el martillo; la escuadra y el compás, y todas esas herramientas simbólicas que nos encaminan a ello.
Gnóthi seautón. Nosce te ipsum. Know thyself. Connais-toi toi-même. Conócete a ti mismo.
Los Upanishad, antiguos libros sagrados de la India, escritos muchos siglos antes de que Alejandro Magno convirtiera a Grecia en protagonista de la historia, ya hablaban sobre esto.. Y claramente nos dicen que para conocerse hay que autodescubrirse. Que aquello que el hombre ha buscado desde los tiempos más remotos: la paz, la felicidad, el amor, la dicha, el bienestar; no va a llegar del cielo y no está allá afuera, sino que se encuentra implícitamente en lo que vos eres. Uno decide ser feliz, uno decide amar, uno decide ser desdichado, uno decide odiar. ¿Sabéis quiénes sois, hermanos? ¿Quiénes sois en esencia? Vos eres paz si así lo deseas cuando alguien quiere sacarte de quicio. Vos eres felicidad, si en medio de las dificultades y cosas dolorosas que humanamente te van a pasar, aprendes a tomar las riendas de tu mente y corazón, y te decides a cómo afrontar dicha adversidad. Es cierto que nuestro cuerpo está inclinado a la materia, pero nosotros somos más que materia. La materia es solo el conjunto de elementos y compuestos químicos que forman nuestro cuerpo, los cuales un día romperán sus enlaces mientras nos colonicen los gusanos y nuestras propias bacterias comiencen a comernos hasta descomponer la materia que fuimos. Pero eso es solo la cáscara de lo que en realidad somos. Un simple envoltorio de nuestra propia esencia.
El yo real, la vida divina en nosotros, la esencia nuestra. Aprendamos a conocer lo que somos y para ello es extremadamente importante conocer primero lo que no somos. Imaginad un diamante cubierto con otros minerales sedimentados en torno a este. Somos ese diamante y lo primero que conozco es aquella capa que lo rodea que voy a comenzar a quitar con el cincel y el martillo, hasta que quede el diamante. Quitemos esa capa llena de la energía negativa alimentada por rencores, resentimientos, odios, malicia, en la que a veces caemos. Despejemos el camino de aquello que nos impide conocernos realmente. Identifiquemos el falso yo.
La alquimia verdadera: ¿era la transmutación de los metales en oro? No, es cuando convertimos nuestra ira en compasión, nuestro miedo en fe, nuestro desidia en acción, nuestros sueños en realidad. Lo negativo en positivo.
Fuente:Conócete a ti mismo. Wikipedia
Ivo Pino Ramos
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